Conferencia sobre Victoria Ocampo y su casa, la Villa Oampo de San Isidro

El texto completo de la Conferencia de Ivonne Bordelois, click en el titular

 

 

"Le gustaba picar con su Peugeot 504 gris metalizado por la Avenida del Libertador", dirá más tarde el memorable Enrique Pezzoni. Con Julián no sólo aprenderá a desplegar su amor en taxis, plazas y departamentos clandestinos, sino a cantar óperas y a diseñar interiores y casas que serán un escándalo para su época, tanto por lo simples como por lo novedosas. Despunta en ella un talento estético y una originalidad infalible para distinguir, en la oleada de la moda, lo que señalaría la estética futura. Dirá de ella Le Corbusier: "La Señora Victoria Ocampo ha sido hasta ahora la única en haber realizado el gesto único de construir una casa escandalosa. Buenos Aires, con sus dos millones de habitantes, inmigrantes con veleidades académicas, choca contra esta mujer sola que quiere. En su casa conviven Picasso y Léger (1929), en un marco de pureza que raramente he encontrado en el mundo".

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sur resulta imprescindible para entender de nuestra cultura en las décadas del 30 al 60.

Según lo definió Octavio Paz, Sur es la libertad de la literatura frente a los poderes terrestres. Y escritores como García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar reconocieron con frecuencia la relevancia de Sur en su formación. Con todo fundamento le escribe a Victoria Gabriela Mistral: "Ud. ha cambiado la dirección de lectura de varios países en Sudamérica". Era por Sur que leíamos a Camus, Sartre o a Virginia Woolf -a veces antes que los norteamericanos los descubrieran. Sur fue del mismo modo un lugar de encuentros y desencuentros: allí entraron y publicaron comunistas y conservadores, liberales y anarquistas. No sólo Borges, sino Paz, Lorca, Alberti, Mistral, Neruda, envían sus originales.

Pero la verdad es que Sur nació tambaleante, entre el escepticismo y la burla de quienes rodeaban a Victoria, sin adherir totalmente a su riesgosa empresa. Cuando el barco empezó a navegar airosamente, habiendo sorteado escollos y cosechado inesperados aplausos desde los horizontes más prestigiosos, la aventura se convirtió en fervoroso proyecto: los más reticentes saltaron a cubierta y se incorporaron a la estela rutilante del éxito nacional e internacional sembrado y cosechado por Victoria.

 

Roma será crucial: allí Victoria conoce a Julián Martínez, primo de su marido, que no será sólo su amante, sino aquél que sabiamente, a pesar de las contrariedades de una relación clandestina, va disipando sus inseguridades. Es con él que aprende a manejar, un deporte que le acarreará los comentarios más coloridos de los transeúntes incrédulos que nunca han visto una mujer al volante.

Escandalosa en su modo de vida, en sus elecciones estéticas, en sus enfrentamientos con amigos y enemigos, con amantes o colegas, Victoria no se aparta de una línea de existencia tan sostenida como original. Con fundamento dice Juan José Sebreli de ella: "Victoria Ocampo era por cierto una oligarca, pero no todos los oligarcas fueron Victoria Ocampo. Las damas de la alta sociedad, como se decía entonces, no empleaban su dinero y su tiempo en la difusión de las letras, ni abrazaban la causa del feminismo, ni transgredían las costumbres establecidas, ni se animaban a proclamar su agnosticismo: en alguna oportunidad, la Iglesia llegó a censurarla, y su clase sólo la toleró, no por su obra cultural, que ignoraron, sino por ser rica, exitosa y pertenecer a una familia de abolengo".

 

A la relación con Julián - tormentosa y atormentada, ya que los encuentros fueron espiados y denunciados- Victoria dedica uno de sus escritos más impactantes: La Rama de Salzburgo, un relato detallado de la aventura pasional, puntuado con lecturas que ella había absorbido físicamente. Shakespeare o Dante, Pascal o Proust son interrogados acerca del amor: no son para ella celebridades, sino maestros supremos de la pasión. En 1916, aparece Ortega y Gasset, el filósofo español, que se deslumbra con Victoria, a quien llamará pomposamente la Gioconda de las Pampas. "Esta mujer inesperadamente me comprende, me adivina, me sabe de memoria", dirá Ortega, mientras Victoria acota escuetamente: "Ortega era un gallo".

 

 

 

Victoria Ocampo- CUBA 2012-09-12

Ivonne Bordelois

Pero también le había dicho su institutriz inglesa, muchos años antes: "You´ll never be a lady". Ésa fue la condición por la cual Victoria Ocampo pudo transformar las letras latinoamericanas viniendo de donde venía. Audacia, voluntad férrea y una mezcla de soberano instinto literario con un inexorable sentido del gusto le abrieron el camino en contra de los modales y prejuicios patriarcales que reinaban en la mansión de sus padres.

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Otra dimensión mítica asoma, sin embargo, si uno considera lo curioso de su destino, tan a contrapelo de toda expectativa. En efecto, hay un enigma Victoria Ocampo, que consiste en comprender cómo una mujer nacida en el siglo XIX y educada entre nodrizas e institutrices francesas, sin acceso a la educación pública de su tiempo, encerrada en el gineceo familiar -del que escapa contrayendo un matrimonio desastroso- cómo esa mujer destinada a vivir según las limitadas pautas de la oligarquía patriarcal de su tiempo, es capaz sin embargo de transformar la cultura de su país en el siglo XX y cómo logra hacer ingresar a la Argentina plenamente en el mapa de mundial de la literatura y las artes contemporáneas.

En verdad, Victoria Ocampo, la mujer de los mil rostros, no sólo es mecenas, anfitriona o traductora: no sólo es elegante, innovadora o generosa. Todos estos calificativos desconocen la profunda calidad creadora central de la que emanan esos atributos. Como lo supo decir Gabriela Mistral, "desde el primer momento que la vi, supe que Ud. entraba de cuerpo entero en la literatura universal." Y Sur no fue sólo una empresa de traducción, como lo ha sostenido vanamente una crítica reduccionista: es en Sur donde Borges publica los primeros relatos de Ficciones, que luego darán la vuelta al Planeta. Sur no es tampoco el panteón de los talentos consagrados, como lo han pretendido algunos: cuando llegan a Sur, tanto Enrique Pezzoni como Roger Caillois, tanto Pepe Bianco como Alejandra Pizarnik apenas empiezan a asomar a la luz de la mejor literatura de su tiempo.

 

Desde Villa Ocampo irradian los nombres que son reflectores de la primera mitad del siglo XX, una suerte de Siglo de Oro planetario detenido sólo por la segunda guerra mundial. Hasta allí llegan las cartas de Valéry, allí brilla el piano donde se sientan Stravinsky y Ansermet, flotan los ecos de las discusiones entre Roger Caillois y Borges, irrumpen las visitas de Malraux, de Indira Gandhi y de Graham Greene, se escuchan las conversaciones entre Victoria y Camus. Allí aparecen María Elena Walsh y Atahualpa Yupanqui, Tita Merello y Ortega y Gasset. Desde allí parte la correspondencia de Victoria, un testimonio personal de riqueza inexplorada, que va desde Gabriela Mistral a Rabindranath Tagore pasando por su genial hermana, Silvina Ocampo y el arbitrario Jauretche. El dial de Victoria anticipa la dimensión global, pero Villa Ocampo no es un espacio digital sino lugar concreto de encuentros audaces e imprevisibles. El humor, la sorpresa, el talento –a veces el genio- y esa manera infalible de aliar la gran simplicidad criolla con la medida del mundo, las madreselvas al tapiz de Picasso. Sin embargo, Villa Ocampo no era en absoluto un ambiente exclusivamente literario o mundano: se discutía a menudo, y hasta con aspereza, sobre la guerra, el nazismo y el comunismo, peronismo y postperonismo.

 

Pero la alquimia que puede producir el talento visionario de Victoria tiene una raíz necesaria, que es su capacidad de rebeldía y escándalo ante una situación social y familiar que la confinaba al papel de una hermosa señora burguesa, tan prescindible como cualquier otra en el escenario aristocrático porteño. A los diecisiete años, en París, Ramona Ocampo, su madre, le prohíbe leer el De Profundis de Oscar Wilde: ese tipo de sujeción le resulta intolerable. Sufre también otra frustración, producto de sus extravagantes propósitos: la prohibición de seguir la carrera de actriz, considerada indecorosa para su medio en aquella época. Emprende entonces, en 1912, a los veintidós años, el ruinoso camino del matrimonio con Monaco (Luis Bernardo de Estrada), un abogado de familia aristocrática que ciertamente no secundará en lo más mínimo sus aspiraciones intelectuales. Al casamiento sigue el viaje a París, donde asiste al ballet de los Diaghilev y al escandaloso Sacro de la Primavera de Stravinsky –que Victoria describe memorablemente. Y luego vendrá Roma.

 

 

Mito, escándalo y éxito: un título un tanto sesgado si nos atenemos a la verdadera personalidad de la formidable Victoria Ocampo, cuya vida fue también historia, propósito y fracaso.

Mito hubo, sí, y todavía lo hay, pero sobre todo un mito negativo que revela envidia e ignorancia antes que verdadero conocimiento. Ninguna mujer recibió tanto amor ni tanto odio en la Argentina, diagnosticó alguna vez Tomás Eloy Martínez acerca de ella. Como la definió Waldo Frank –el escritor norteamericano, judío y comunista, que la impulsó a crear Sur, Victoria era "esta criatura maravillosa, sobre la que habían caído tres maldiciones: la de la belleza, la de la fortuna y la de la inteligencia". Y las dos primeras sirvieron para desacreditar a la última. Hay muchos que todavía creen que Camus o Stravinsky visitaban Villa Ocampo para encontrar los halagos de una mujer hermosa que sabía ser, además, una espléndida anfitriona. Se sorprenderían al enterarse de que Jean Cocteau la describiera diciendo: "Victoria Ocampo, cuya belleza es una forma evidente del genio". (Digamos al pasar que Victoria nos ha dejado un retrato indeleble de Jean Cocteau). Y muchos también se sorprenderían al saber que Octavio Paz dijera de ella: "Victoria Ocampo no fue una figura mitológica sino una mujer dotada de generosidad, cólera e imaginación. Ha hecho lo que nadie había hecho antes en América".

 

Vistas retrospectivamente, las reservas no eran injustificables: ¿cómo esta aristócrata educada en los cánones de una oligarquía criolla pudo desarrollar, junto con el sentido de la empresa editorial, el olfato del descubrimiento literario y la energía necesaria para convocar a las plumas más brillantes y dispares de su tiempo, a través de tres continentes? ¿Cómo supo rodearse de críticos tan sobresalientes y a la vez tan desconocidos como Pepe Bianco, de asesores tan excepcionales como Alfonso Reyes, de admiradores tan diversos en espíritu y estilo mental como Rabindranath Tagore, Ortega o Graham Greene? Si el nombre de Borges se vuelve internacional es, entre otras cosas, gracias a Drieu la Rochelle, otro huésped y amante de Victoria, que volverá a Francia diciendo: Borges bien vale el viaje.

Roger Caillois era uno de los tantos jóvenes brillantes de París cuando Victoria lo conoce para luego invitarlo a la Argentina. Desde San Isidro, donde se albergó mucho tiempo, durante la guerra, Roger Caillois, lanzó, con la ayuda económica de Victoria, la revista Lettres de France, en papel biblia. Esta serie se arrojaba en paracaídas desde los aviones en tiempo del desembarco de los aliados en Francia, para que los franceses supieran que el momento de la recuperación, también intelectual, de Francia, ya estaba llegando. Y con la ayuda y el aliento de Victoria, a cargo de Caillois estuvo también La Croix du Sud, una publicación de Gallimard que entremezclaba autores franceses y latinoamericanos. Sur tuvo más de 300 números y duró cerca de 40 años publicando algo de la mejor literatura mundial, incluyendo la nuestra.

Cosmopolita y universal, Victoria pudo decir con verdad de sí misma: Yo no me siento extranjera en París, ni en Roma, ni en Londres, ni en Madrid, ni en Nueva York, etc. Y sin embargo soy un bien de esta tierra. A esta tierra traigo esas tierras, y a esas tierras llevo la mía. Soy de una esquina de Florida y Viamonte, de otra de San Martín y Viamonte (donde nací), de las barrancas de San Isidro, de una quinta en Mar del Plata (cuando las calles eran de tierra y no de asfalto). Pero soy de París y de Londres y de Roma y de Madrid y de Nueva York y hasta de Calcuta, que no conozco. Soy del mundo entero sin dejar migajas.

Temo sin embargo que este retrato que estoy procurando dar de ella deje sólo una guirnalda demasiado profusa de nombres y obras célebres, que ella hubiera aparentemente rodeado de beata admiración, y esconda su poderoso talento crítico.

Descripta frecuentemente como musa o empresaria, traductora o mecenas, entrevistadora o escuchante privilegiada, como amante de alto vuelo o amiga solícita para todo accidente doméstico que perturbara a sus ilustres amigos, desde el alojamiento digno de Rabidranath Tagore hasta los zapatos de Paul Valéry, empobrecido después de la guerra, Victoria no deja de escribir incansablemente. Son memorables sus despiadadas instantáneas acerca de los genios y candidatos a genio que la rodean: "Lacan me pareció un pequeño Napoleón"."Ravel parecía ignorar a Ravel". "

Borges no se merece el talento que tiene".

Pero Victoria nunca vivió sólo para las letras sino que, a partir del exceso de vida que la poseía felizmente, transcribió directamente y sin mayores alambiques su experiencia inmediata, desde una espontaneidad, sensualidad y lucidez inusitadas en su poderosa síntesis. Dijo bien Leda Valladares: "Me causó la impresión de un ser poderoso. Jamás alguien me dio tanta impresión de vida. Era un ser solar, tremendamente solar. Y tempestuoso". A lo que se suma el testimonio de Roger Caillois, su amante- veinte años menor que ella: "

Una sensualidad capaz de distinguir el sabor de dos damascos silvestres recogidos el mismo día. Amante de las plantas (árboles que más flores), capaz de palpar con delicadeza y sabiduría telas, cueros, cabellos; de reconocer, del mismo modo, lo denso de un estilo, la textura de un escrito, rápida en descubrir la paja o la hinchazón, la palabra pedante, excesiva o desubicada. Música, olfativa, táctil, atenta a la estación de las frutillas con crema, no hay sensualidad cualitativa que no posea en grado eminente. Estos placeres que la han distraído de la santidad tienen algo de inocente, de inmediato e impetuoso. Victoria sabe que la sensibilidad, que se encuentra entre las sensaciones y las ideas, es una facultad que desborda ampliamente el territorio de las emociones y permite cultivar la sutileza de los sentidos tanto como el rigor del pensamiento. Sumado a esto, una opulencia y perspicacia de corazón que hacen de ella mi mayor acreedora".

Esta suma casi abrumadora de talentos dispares, deja sin embargo fuera lo que más me ha cautivado siempre de la personalidad de Victoria: su integridad, su coraje, su fortaleza, su pasearse siempre soberanamente por encima de las tormentas de mezquindades y resentimientos que la rodeaban, como rodean siempre la presencia de los grandes, de los verdaderos grandes. Borges, que nunca fue su amigo íntimo, supo decir de ella justicieramente:

"En un país y en una época que se creían católicos, tuvo el valor de ser agnóstica. En un país y en una época en que las mujeres eran genéricas, tuvo el valor de ser un individuo. Que yo recuerde, nunca discutimos la obra de Ibsen, pero ella fue una mujer de Ibsen. Vivió, con valentía y decoro, su vida propia. Su vasta obra, en la que abunda la protesta, nunca condesciende a la queja". .

 

Y entramos aquí, dejando atrás los mitos y los escándalos, en el supuesto éxito de la vida de Victoria, que muere solitaria, y considerablemente empobrecida, habiendo disipado tres opulentas herencias en aras de sus proyectos y en favor de sus amigos, y anunciando con razón que su fortuna literaria sería póstuma. Traicionada y estafada muchas veces en su generosidad, tergiversada en su estatura verdadera por una crítica reduccionista y mezquina, ella encaró la adversidad de su destino con una simplicidad abracadabrante. Una preciosa instantánea de Delia Garcés la refleja así: "La gente la ve como una gran triunfadora, pero yo la veo como la proa de un barco que fue abriendo en el mar surcos, surcos, surcos, surcos, con la contra de todo el mundo. Se iba caminando por la calle Florida con sus alpargatas y sus amplios pantalones, que le resultaban cómodos".

 

Todo lo hizo "distraída del mal", como tan bien lo dice Pezzoni, sin vacilaciones ni rencor. Y como lo dice Silvina, su hermana: "Reinabas sobre el mundo más adverso/ como si no te hubiera lastimado." Mito, escándalo y éxito son las claves de una retórica que envuelve falsamente la figura de esta extraordinaria mujer que espera justicia a las puertas de nuestra historia. La resurrección de Villa Ocampo, a la que felizmente estamos asistiendo, es una señal de un glorioso regreso, tan postergado como merecido

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